Roma

16 de octubre de 2011

No me acuerdo de cuántas veces fui al aeropuerto de Roma.
Tampoco recuerdo cuántas veces fui a la ciudad eterna romana.
Algunas veces fueron de visita.
Otras veces fueron meramente un tránsito.
Tres veces fui a la ciudad del Vaticano.
La basílica de San Pedro era preciosa y espléndida.
Me gustó mucho el suelo de mármol toscano de varios colores.
Una vez fui al museo del Vaticano.
Una vez vi el fresco más famoso de Miguel Ángel.
En el museo había muchas joyas artísticas de valor incalculable, pero las que me llamaron la atención fueron las puertas de madera antiguas de algunas salas.

Cuando abrí una ventana del hotel vi una ruina milenaria.
A través de la ventana entró un viento milenario.
Parecía estar viendo una película.

El recepcionista del hotel me dijo que nunca jamás cogiera un taxi para ir al aeropuerto. (Me recomendó que cogiera hasta la estación del tren.)
El recepcionista era italiano y parecía una persona honesta.

Creo que fui tres veces al Coliseo.
Creo que dos veces tiré las monedas a la fontana di Trevi.
Creo que diez veces subí la escalera de la plaza de España romana.
Creo que cada vez que visitaba a Roma nunca dejé de pedir un plato de espagueti romano en el restaurante.

No me acuerdo nada de las exposiciones en Roma.
Me acuerdo muy bien de la decoración interior del metro, era guay²(¡guay!¡guay!).
Era gris más azul y amarillo.
La proporción era la clave de su encanto.

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